Mi nombre es Atenea, hasta hace unos meses, yo era una chica normal, y mi vida era feliz, 16 años y tantas cosas por hacer y descubrir. Como en todas las familias, había pequeñas discusiones con mis padres, tonterías sin mucha importancia, situaciones que se dan en la mayoría de las familias con hijos o hijas adolescentes. Pero siempre nos hemos querido mucho. En el instituto, las notas siempre eran buenas, y tenía altas calificaciones en los exámenes. Vamos, que mi vida era, hasta el momento, lo que se llama “perfecta”. Pero nada es así ahora…
El último día de clase, cuando iban a empezar nuestras esperadas vacaciones, decidimos quedar un grupo de amigos y amigas, para celebrar la entrada del verano, el paso del curso, el cambio de instituto… tantas cosas, tantas ilusiones, tantos sueños destrozados.
Como todos los fines de semana, primero fuimos a cenar, y después a comprar unos lotes para bebérnoslos tranquilamente, charlando, riéndonos, disfrutando del momento. Pero, ese día, se m ocurrió hacer algo diferente, a mí, que nunca he tenido mucha imaginación para planear los sábados, a mí, que nunca me a gustado mucho eso de ir a discotecas llenas de gente dando saltos; pero esa noche, todavía no sé el por qué, lo propuse, y no solo eso, insistí en ir a una discoteca a bailar un poco. Ainoa y Manu, no querían ir, decían que eso no iba con nosotros, pero yo seguía insistiendo. Por otro lado, Allan e Isaac, mi Isaac, si querían ir, o al menos no decían un “no” rotundo. Después de mucho discutir si ir o no ir, decidimos ir, a ver como era el ambiente allí. Isaac, era el que conducía el coche, todavía me acuerdo lo mucho que nos reímos esa noche, todos allí dentro, cantando, gritando, riendo… Estuvimos, si no recuerdo mal, unas 2 horas en la discoteca, bailando y bebiendo, una combinación que creíamos imprescindible un sábado por la noche, nos equivocábamos. Al salir, recuerdo como decían todos que los oídos le pitaban por el ruido de la música que había allí, y yo m reía, les decía que eran demasiado sensibles. Isaac, bueno, él y todos, íbamos más bebidos de la cuenta, pero eso era algo habitual. Manu y Allan, le dijeron varias veces que no estaba bien para conducir, pero ellos tampoco lo estaban, así que yo les decía, que mejor que lo cogiera Isaac, porque el decía que controlaba. O eso creíamos. Hasta este punto de la historia, casi no puedo recordar con claridad, solo se me viene a la mente el sonido de risas, y de repente recuerdo gritos, miedo, un fuerte golpe y oscuridad…
Así está ahora mi alma, inmersa en la oscuridad más profunda. Mi vida, simplemente, no existe. Vivo, y no sé para qué. Cuando me desperté en el hospital, mi familia me miraba atenta, y todos sonrieron, pero a la vez noté algo malo en sus rostros, eran malas noticias para mi, y no sabían como decírmelo, eran noticias fatales. Ainoa, mi mejor amiga, mi segunda hermana, nunca más la vería sonreír, nunca más le contaría mis secretos, nunca más…
No supe reaccionar en ese momento, no creía nada, aquello no m estaba pasando a mí, no, no. Miré al pasillo, y en la puerta de la habitación vi a las familias de Manu y Allan, dos amigos, que sabían apoyarme en situaciones difíciles y hacerme reír en los momentos de alegría, ellos también, también se fueron, me dejaron, los perdí. Era como despertar en una pesadilla, y no poder escapar, no poder volver a despertar en tu vida normal, la vida feliz, la que se ha perdido para siempre. Cuando conseguí empezar a entender lo que estaba pasando, la realidad, el trágico accidente, pregunté con impaciencia por Isaac, mi Isaac, donde estaba él? También lo había perdido? Los gestos de las caras de las personas que había alrededor de mi cama, eran de incertidumbre, no sabían que contestar, yo me sentía morir por dentro, era un nudo que impedía que mi voz gritase, y las lágrimas inundaron mi cara. Como pude, saqué fuerzas desde lo más profundo de mi ser, y grité: donde está? Donde está? Decídmelo!
Mi padre, que en ese momento era el que estaba más entero de todos los allí presentes, me dijo con una voz quebradiza: tranquila, él vive, pero está grave, está en coma, y no se sabe por cuanto tiempo. Esas palabras aún retumban en mi mente, fueron puñales atravesándome, de la noche a la mañana, lo había perdido todo, todo, mi mejor amiga, mis amigos, y posiblemente a mi novio. Yo, no sabía la parte que me había tocado a mí de todo aquello, y cuando me di cuenta por mí misma, todo en mí terminó, quedé ausente del mundo, viva pero inerte. Me di cuenta cuando quise bajar de la habitación del hospital a ver a Isaac, y mis piernas, no se movían, no tenían fuerza, no podía andar. Al principio, creí o quise creer que sería por los calmantes, pero no, la realidad no era esa. Lloré, grité, me enfadé conmigo misma por haber propuesto ir a aquella discoteca, aquella precisa noche, en aquel preciso momento, todo por mi culpa. Me ayudaron para que fuera a ver a mi Isaac, aunque estaba en coma, yo quería verlo. Estuve a su lado 3 días, sin comer, ni beber, no quería nada, solo estar allí, con él. Al cuarto día, yo estaba hablándole, por si me escuchaba, y diciéndole lo mucho que lo quería, cuando de repente noté como cogió mi mano con fuerza durante unos segundos. Al soltar mi mano, las máquinas empezaron a sonar, y vinieron corriendo los médicos. Yo no sabía que estaba pasando, otra vez no, otro más no, mi Isaac no.
Lloré día y noche, preguntándome el por qué a nosotros, por qué, por qué…
Mi vida en unas semanas, se había derrumbado por completo, todo se me caía encima, y yo no podía evitar nada de lo que estaba ocurriendo. Todo pasaba delante de mis ojos y yo casi no me daba cuenta, solo sentía ganas de morir. Ahora, vivo pegada a una silla de ruedas, y estaré así durante el resto de mi vida, si es que se puede llamar vida. Yo lo llamaría, estar muerto en vida, así me siento. Jugamos a morir, y ganamos.
Dolor, sufrimiento, pérdida, desgracia… Estas palabras son el desencadenante de una noche en la que no pensamos, en la que bebimos sin tener por qué, en la que todo se podría haber evitado… Todo.
Y tú, juegas a morir?
VIVE! |