“Cuando más me necesites, no estaré; cuando tus labios me añoren, el polvo lo habrá cubierto todo…”
¿Por qué, Sara, por qué? –se preguntaba Juan constantemente-
Esta historia transcurre allá por el año 1936, meses antes de estallar la Guerra Civil. Yo, Juan, un chico de 16 años, de gran imaginación y con ideas algo revueltas, paseo por un prado cercano a mi pequeño pueblo. No hay mucho que hacer aquí; la juventud es escasa; la mayoría son señoritos que juegan con sus caballos de cartón, y yo, como provengo de una familia obrera, tengo que aguantarme con mirar las nubes y los riachuelos. Volviendo a mi casa me cruzo con Sara, la hija de uno de los grandes señores. Es una moza muy bien puesta, ojos claros y una ropa que marca muy bien las bellas formas de su cuerpo. No me atrevo a acercarme a ella, pues como están las cosas últimamente entre rojos y grises, puede que me metan varios días en el calabozo. Otro día, (suerte para mí), encuentro a Sara por los prados, -¿qué hace por aquí?, ¿no le da apuro mancharse sus caros vestidos?- Se dirige hacia mí, y no se porqué, siento que mi corazón se acelera. –Hola Juan, llevo un tiempo observando que me miras al pasar. No se si te parecerá muy brusco que alguien como yo inicie una conversación así, pero como veo que tú no accedes…-
Esta chica me inspira confianza, y a partir de ese día, cada vez que puede se escapa y viene conmigo a los prados. Es más humilde de lo que pensaba, aunque discrepamos en algunas ideas. Ella solo piensa en bienes materiales, en grandes fiestas con mucha comida, y yo pienso en cómo sacar adelante a mi familia, porque el sueldo de mi padre no da para mucho y tengo que trabajar en el campo. Parece que, después de todo, nos hemos enamorado. Hoy, me ha mirado a los ojos y me ha dicho Te Quiero. Me quedé perplejo, y no sabía cómo reaccionar, pero ella se me acercó tiernamente y me besó. –Te quiero, Juan, nadie me ha hecho sentir tan especial como lo estás haciendo tú-. Poco a poco se va forjando un amor sincero entre nosotros, cada día la quiero más, y ella parece que también a mí. Hago lo posible por terminar un poco antes el trabajo, pues tres minutos más con ella es un privilegio.
Hoy, 18 de Julio, está el pueblo inquieto. No se qué pasa, porque vengo del campo y en los 2 Km. que lo separan de mi casa, circulan muchos coches, con personas vestidas de verde, sombrero militar, y unas banderas que en vez de tres colores como la nuestra, sólo tienen dos. (Mi pueblo, al estar tan escondido en la sierra, está un poco al margen de la vida social, económica y política de la República Española). Al llegar a mi casa, veo encima de la mesa una carta con mi nombre, Juan Pérez Gómez. Nunca aprendí a leer ni escribir, pero el patrón de la finca donde trabajo, un día me enseñó a escribir mi nombre y a firmar, por eso lo he reconocido. Le llevo la carta a Sara, y empiezan a correr lágrimas por sus mejillas. -¿Qué pasa, Sara, qué dice esa carta?- Levantó la cabeza del papel, y me dio un abrazo llorando.
-Juan, una serie de militares se ha levantado en contra de la República, con ayuda de soldados moros e italianos. Solicitan el alistamiento de todos los varones mayores de 15 años en las tropas del Frente Popular, porque no hay suficientes soldados para hacer frente a este ataque-
Me quedé tan perplejo como aquella vez cuando Sara me dijo que me quería, pero el sentimiento era muy distinto. ¿Qué hago yo en el ejército, si lo único que se coger es una soleta y un arado?
-Juan, -dijo Sara-, mañana a las doce vienen a recogerte; hacen falta refuerzos ya-
–Pero Sara, ¿qué pasa con nuestro amor? Me niego a ir, nunca me separarán de ti-
Pero todo era inútil, al día siguiente marcharía hacia Cabeza de Buey.
Llegó el día siguiente, y a las diez quedé con Sara para despedirnos. No paramos de llorar en todo ese tiempo, y después de besarnos le dije que me esperase, que volvería triunfante y aclamado por todo el pueblo. Ella me volvió a mirar a los ojos y me dijo:
-Juan, te quiero, CONFÍA EN MÍ- Y monté en el autocar.
Lo pasé muy mal; vi cómo mis compañeros morían delante mía, cómo entre familiares se mataban…un horror. A los siete meses se calmó un poco el conflicto y nos dieron un permiso de tres días para visitar a la familia, y cuál es mi sorpresa que, al llegar a la plaza del pueblo, Sara está sentada con otro, agarrados de la mano y con caras de “cordero degollado”. –Sara, ¿cómo has podido? Me miraste a los ojos, me dijiste que confiase en ti, que me querías, y ahora me haces esto. No tienes perdón de Dios- Y seguí mi camino. Sara corrió hacia mí y me dijo: -Juan, no te dije nada en ninguna de mis cartas para no hacerte daño- A lo que yo respondí: -¿Crees que he quedado exento de daño por habérmelo ocultado? Por favor, vete, me duelen los ojos al verte- Y me fui llorando a mi casa. Vuelvo al frente muy decaído, más delgado y con grandes ojeras. Ya todo me da igual, pero estoy reflexionando…a lo mejor ella no es mi correspondida. Voy a escribirle una carta (dictada a un compañero, ya que no se escribir):
Querida Sara, por lo menos querida por mí. Sabes bien el daño que me has hecho, he caído en una crisis existencial, porque lo di todo por ti y mira cómo me has tratado. No esperaba ninguna recompensa extraordinaria, con lo que tenía me bastaba, pero tampoco esperaba una cosa así. Me siento muy solo, pido a Dios todas las noches que el enemigo cruce lo antes posible el frente, porque simplemente lo estamos reteniendo, y sabemos que por la retaguardia se nos acercan cada vez más. De momento no he tenido esa suerte, pero bueno, ¿eso a ti qué te importa? Ya tienes a otro a quien escuchar, yo simplemente fui un juguete con quien entretenerte. Al final la “señorita” que yo pensé que era humilde, ha resultado ser un lobo con piel de cordero. Pero al fin y al cabo, no puedo dejar de quererte; han pasado ya demasiadas cosas entre nosotros como para olvidarme de ti, y se que no me será nada fácil.
Disfruta de la vida que Dios te brinda, pues a otros nos ha dado un camino de rosas…pero marchitas y con espinas largas y afiladas. Sólo me queda una cosa que decirte: Cuando más me necesites, no estaré; cuando tus labios me añoren, el polvo lo habrá cubierto todo. El corazón se me hiela, la sangre pasa por mis venas como cuchillas, cuchillas que destrozan mi alma a cada minuto que paso sin ti.
Atentamente, un corazón pisoteado: Juan Pérez Gómez.
Miro el reloj y son las diez de la mañana, la misma hora en que me despedí de Sara y me dio el último beso. No puedo seguir así.
Acaba de llegar el sargento que nos envía el correo. Salgo de mi puesto en la trinchera y le entrego la carta. Es 7 de Febrero, y todos mandan postales a sus novias esperando que la reciban el día 14. Al volver a mi puesto siento una punzada en el abdomen. Siempre me ha dolido el estómago, desde pequeño, pero aquello era un dolor distinto. Intento caminar y no puedo, tengo las piernas paralizadas, las manos frías, la vista se me nubla ¿qué me pasa? Miro hacia abajo y tengo el uniforme empapado de sangre. Caigo al suelo terrizo, me fallan las fuerzas, y noto cómo mi vida se apaga cual antorcha al viento. ¡Sara! –grito- pero la sangre sube por mi garganta y me ahoga. Es el fin, todo está cumplido, y mientras mi alma lucha por escapar de mi cuerpo y liberarse, un trozo de una frase me invade la mente: “…el polvo lo habrá cubierto todo”.
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