... Nadia tenÃa ya 80 años. HacÃa mucho que su piel habia perdido la tersura y ahora su cara era como un gran mapa lleno de surcos. A ella no le importaba haber envejecido, cuando sus amigas empezaban a lamentarse , ella les contestaba que cada arruga de su cara, era una vivencia , un recuerdo, y a ella le gustaba recordar.
Recordar lo bueno y lo malo, eso le hacÃa volver a vivir en cierta forma todo su pasado.
Cuando enfermó y empezó a notar que su memoria le rehuÃa, que sus recuerdos se escapaban como el aire de un globo que se pincha, empezó a pasar muchas horas frente al espejo.
Se sentaba en la silla que desde hacÃa años era su preferida y asà pasaba las mañanas y las tardes, mirando su cara, queriendo descubrir, adivinar, quien era la persona que se le reflejaba. Pero a medida que pasaban los dÃas, el espejo solo le devolvÃa la cara de una desconocida. ¿Quién eres?- se preguntaba. No se reconocÃa y lágrimas amargas y calientes rodaban por sus mejillas. Una tarde sus amigas la encontraron sentada en la silla, su corazón habÃa dejado de latir. Su cara tenÃa dibujada una sonrisa y su mano asÃa fuertemente un foulard de color azul, era un regalo que le habÃa hecho cuando tenÃa quince años un chico moreno al que ella habÃa amado. Nadie supo nunca que se habÃa ido feliz, porque por fin habÃa reconocido su reflejo y habÃa recordado un primer amor . Aquel primer amor que nunca se olvida incluso cuando la memoria te es esquiva.
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