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  • Semana en el Gym
  • simel^_^
  • 30/6/04

Una semana en el gimnasio.

Dedicado a cada mujer que alguna vez quiso meterse a una rutina de gimnasio
regular

Querido Diario:
Para mi cumpleaños número 50, mi marido (¡qué tierno!) me regaló una semana de entrenamiento personal en un lujoso gimnasio de nuestra localidad, y aunque todavía estoy en buena forma debido a que en mis años mozos jugué volleyball playero, decidí que sería buena idea darle una probada y ver si todavía puedo hacer algo de ejercicio.

Llamé al club e hice las reservaciones con un entrenador personal llamado Bruno, quien durante la conversación telefónica sacó a relucir que tiene 26 años y es además instructor de aerobics, a la par que tiene un ingreso extra haciendo modelaje para ropa interior masculina. Mi esposo se puso un tanto celoso de mi entusiasmo por comenzar mi semana de ejercicios, pero aceptó de buena gana, con tal de hacer algo por mi misma. El club me recomendó escribir este diario para poder comparar mis progresos.

Lunes. Comenzamos a las seis de la mañana. Fué un poco duro salir de la cama, pero pronto ví que había valido la pena cuando llegué al club y ví a Bruno en ese pequeñísimo short que apenas y le tapaba lo indispensable. ¡Oh, Dios mío! Es un verdadero Dios de 180 centímetros de altura, con un abundante y sedoso pelo largo y rubio; ojos color miel y una deliciosa sonrisa blanca enmarcada en unos perfectos dientes parejos y blancos... Oh, oh...

Bruno me dió un paseo por el lugar y me mostró las máquinas. Tomó mi pulso después de cinco minutos en la caminadora, que fué el primer ejercicio que me impuso. Debo confesar que se alarmó un poco pero yo creo que lo podemos atribuir a que el estaba junto a mi, enfundado en ese short y esa playera de licra que resaltaba cada músculo de su ejercitado cuerpo. Realmente disfruté de la clase de aeróbics que impartió después de mi rutina matutina de ejercicio. Muy inspiradora. Bruno me alentó a hacer más sentadillas, aunque mi vientre me reclamaba por el esfuerzo de apretarlo cada vez que él se acercaba hacia mí y con un delicado movimiento de su mano me ayudaba a levantarme. ¡Creo que esta será una fantástica semana!

Martes. Me tomé una jarra completa de café para despertarme, y finalmente pude llegar a la puerta de mi cuarto. En cuanto me vió llegar, Bruno me obligó a acostarme sobre mi dolorida espalda y luego me dió una barra... ¡A la que le agregó unos pesos a cada lado! Al rato, mis piernas temblaban como locas en la caminadora eléctrica, pero creo que logré llegar al kilómetro recorrido. ¡Hice ejercicio, me siento súper bien! Creo, sin temor a equivocarme, que comienza una nueva vida para mí.

Miércoles. La única manera de cepillarme los dientes es poner el cepillo sobre la tabla del baño y mover un poco mi boca de un lado a otro, como diciendo que no. Creo que tengo una hernia en cada uno de mis pechos.
Manejar fué posible, al menos mientras no tenía que dar vuelta o frenar. Bruno se portó un poco impaciente conmigo, pues me insistió que mis gritos hacían sentir mal a los demás socios del club. Su voz estaba un poco más aguda de costumbre, y al darme órdenes lo hizo un tanto de forma desagradable, sobre todo por ser esa hora de la mañana. Mi pecho me dolió horrible cuando me puse en la caminadora, así que me puso en otra máquina escaladora.
¿A quién se le ocurre haber inventado una máquina para simular una actividad que se volvió obsoleta desde que existen los elevadores? Bruno me dijo que lo disfrutara, porque eso me devolvería a la vida activa y otras tantas estupideces por el estilo.

Jueves. Bruno me estaba esperando impacientemente, con sus dientes de vampiro expuestos por una sádica sonrisa. No pude evitar llegar media hora tarde al entrenamiento, porque eso fué lo que me tomó amarrar las cintas de mis zapatos tenis. Me puso entonces en otra máquina monstruosa de hacer dolor. En un momento que no estaba viendo, me colé a esconderme en un baño de hombres. Bruno envió a un ayudante a buscarme y de castigo me puso en una máquina de remos durante una hora.

Viernes. Odio al bastardo de Bruno como nunca nadie ha odiado a alguien más en toda la historia de la humanidad. ¡Si en mi cuerpo hubiera una parte que no me doliera tremendamente al moverla, le pegaría con ella!. Bruce quiso que ejercitara mis tríceps, y yo le contesté enojada que yo no tenía tríceps, y que si no quería que sus pinches dientes blancos rodaran en el suelo, no me pusiera más de lo que pesa un sándwich en las barras. Yo creo que el pendejo de Bruno fué a una escuela de sádicos y se ganó el premio al mejor alumno de su generación. La caminadora me hizo desmayarme y terminé en la enfermería, atendida por una enfermera y la doctora especialista en nutrición.

Sábado. Bruno me dejó un mensaje en mi contestadora, con su estúpida voz, preguntándome por qué no había aparecido hoy en el gimnasio. Solo el escucharlo me hizo explotar y estrellé el control remoto sobre la pantalla del televisor. Sin embargo, el dolor que sentía me impidió levantarme a cambiar el canal y me pasé doce horas viendo el canal de la predicción del tiempo.

Domingo. Mandé pedir un taxi para ir a la iglesia. Tengo muchas ganas de agradecerle a Dios de que esta semana ha terminado por fin. También oré porque el bastardo de mi marido escoja otro regalo diferente en mi próximo cumpleaños, algo que sea más divertido o que duela menos, como una histerectomía o algo así...


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