En el fondo de mi armario habÃa una cajita. Allà estaba, tan pequeña, llena de polvo; el tiempo habÃa pasado por ella, pero sin embargo su cerradura estaba intacta. ¿Por qué no la abrà en ocasiones anteriores?, muy pocas veces advertà de su existencia. El cuerpo se me estremeció, y ardà en deseos de sacarla de aquel oscuro lugar y comprobar su contenido. Al tenerla en mis manos, comprobé con asombro que pesaba más de lo que a priori esperaba, y con mucho mimo, soplé sobre su tapa. El polvo invadió por un momento la habitación, filtrando la luz solar para crear un ambiente cuasi mÃstico. La curiosidad pudo conmigo y en un movimiento rápido intenté abrirla; pero la cerradura no cedió. De repente, recordé que la llave la llevaba conmigo desde hace mucho tiempo atrás; también pequeña y ennegrecida con el paso del tiempo, discretamente pasó desapercibida entre otras muchas llaves de uso diario que gastadas colgaban de mi llavero. Nervioso, metà la mano en mi bolsillo y la saqué, la introducà en su cerradura y un sonido fuerte y seco me avisó de la apertura. Lentamente, como si me esperara encontrar algo frágil, levanté la tapa, y ante mi incredulidad encontré algo más valioso que un mapa del tesoro, más brillante que un espejo y tan olvidado por mi que me hizo mantenerme estupefacto durante algunos segundos.
Recuerdos. Si, recuerdos. Ante mis ojos, estaban los recuerdos de mi vida; muchos felices, algunos tristes. En ese momento lo comprendÃ. Estaba tan ocupado buscando un futuro más próspero y alentador, tan inmerso en batallas propias y ajenas, que me olvidé de donde venia y porqué estaba en ese momento allÃ. Contemplé risas, miedos, penas, alegrÃas, esperanzas, sueños, temores y hostilidades; recordé sensaciones olvidadas y fue en ese momento cuando entablé una conversación conmigo mismo ¿Por qué en la caja también se guardaban cosas que en su momento deseé afanadamente olvidar? Solo podÃa haber una respuesta: yo, durante años habÃa encerrado en esa caja todos mis recuerdos, esperando que el futuro por el que estaba luchando fuera mejor a lo que dejé. De mi corazón salió una frase la cual nunca dejé de llevar conmigo desde ese momento:
‘Dale gracias a lo pasado de ser como eres en el presente’.
Mi interior se llenó de paz. Después de algunos años, pude aprender una lección tan valiosa que me hizo ver la vida desde otro prisma con colores más vivos y definidos. Con cuidado, bajé la tapa, cerré la caja y me guardé la llave; pero no la volvà a encerrar en el fondo de mi armario, la coloqué en mi escritorio para que siguiera recogiendo mis recuerdos, pero con una diferencia: nunca más olvidarÃa su ubicación; cuando volviera a estar feliz, cansado o triste sabrÃa que esas situaciones formarÃan en un futuro parte de mi pasado.
Y allà sigue, recogiendo recuerdos, ayudándome a ser cada dÃa mejor y a agradecer a la vida los bellos momentos y las duras pruebas a las que me hizo y hará pasar.
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